¡SÍ! Podemos empezar por nosotros mismos y hacer partícipes a los demás. Hablo, por supuesto, de risa sana, de esa en la que todos participan y se encuentran a gusto.
Mirad la foto de arriba, por favor. Hoy es 29 de diciembre. De haber escrito este post ayer, igual alguno se creía que el plato de patatas (desastrosas) era una broma. Sabed, amigos, que no lo es. En este estado rescaté unas patatas cuando las cocí por segunda vez, porque la primera quedaron duras.
Mi antiguo yo, ese que sufría cuando las cosas no le salían perfectas por temor al juicio de los demás porque se creía que solo lo perfecto era aceptable y lo demás eran manchas indeseables, ese yo habría tirado las patatas y empezado de nuevo. Por supuesto, sabiéndose con una marca negra en el alma por el engaño, por derrochar comida, por no haber hecho bien algo tan simple.
Mi yo actual observa el resultado y busca una oportunidad de aprender o, en este caso, de reírse. En lugar de pensar hacia atrás, decidí pensar hacia adelante: «¿Qué puedo hacer con esto? Veamos… una foto y llamar a los niños».
Quería decirles a mis hijos que los juicios, eso de clasificar como ‘bueno’ o ‘malo’, eran una construcción humana; que esa separación era la que había acabado con el Jardín del Edén; que podíamos optar por ser constructivos o no; que era nuestra elección cómo sentirnos respecto a cualquier cosa. Mientras pensaba esto, me iban pasando por la cabeza libros en los que había leído estas cosas.
Fue entonces cuando recordé que el mejor aprendizaje es el ejemplo, así que me limité a enseñarles el plato y a cerrar la boca. ¡Sabia decisión!
Me dijeron, mientras me abrazaban, que no me preocupara (apoyo, solidaridad), que se podían comer igual (solución inmediata), que podía buscar en Google cómo cocer patatas (aprendizaje y mejora) y que había otras muchas cosas que hacía bien (confianza, valoración). Aguantaron la risa de lo más dignamente (respeto) y mientras se las comían, me repetían que estaban muy ricas (cuidado de mi autoestima).
Recuerdo mis tiempos en la empresa. Ante una situación similar, lo primero era dejarme claro que era la única responsable de lo ocurrido (aislamiento), perder tiempo y tiempo buscando causas y porqués (acercamiento en absoluto constructivo), escuchar historias sobre los peores escenarios posibles a consecuencia de mi error (por si les salpicaba) y de manera más o menos velada, sentir la amenaza en forma de bajada de sueldo y prestigio (miedo). De los errores se enteraba la empresa entera (sin comentarios), los aciertos se daban por descontado (ausencia de valoración) y cuando se solucionaban las cosas con el tiempo, ¿quién se ponía la medalla?
En El monje que vendió su Ferrari, creo recordar que Robin Sharma dice que los niños se ríen unas 400 veces al día y los adultos, unas 15. Si mis patatas y la tortilla de más abajo al menos os provocan una sonrisa, habré contribuido a unos segundos de vuestro bienestar y todos seremos un poco más felices.
Ana R.
P.D.: esta ha sido mi primera y única tortilla. He decidido mejorar… en mis habilidades con la escritura.
Encantada de que distribuyáis este post, siempre con la dirección http://wp.me/p3sr8W-hW incluida. Muchas gracias.
ANA, conviertes un hecho cotidiano en un oportunidad de ver y hacer mejor la vida,.. GRACIAS, querida amiga
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¡Gracias a ti, Juan!
Fíjate cuando hagamos esto con cada hecho cotidiano…
Gracias Ana. Me gustó mucho la reflexión. Los niños son tu maravilloso reflejo.
Muchas gracias a ti, Paz.
Jajaja, buenísimo Ana, incluso me entra hambre!! 🙂
Si total…luego en el estómago se mezcla todo 😉
Porque no viste los trozos que quedaron flotando… Solo os presento ¡la parte buena!